El estilo de David O. Russell suele incluir en sus obras dramáticas dosis contenidas de humor surrealista y existencialista a medio camino entre las obras de Wes Anderson y Matt Ross. Una estética hermosa y llena de detalles que impulsa y es impulsada por ese humor inexpresivo, alejado de la carcajada ruidosa, y que vuelve a darse cita en Amsterdam (2022), su última producción, con resultados irregulares, como ahora analizaremos.
Tampoco es ninguna novedad. Las películas de David O. Russell son tan extrañas y polémicas como el propio director, del que se sabe que es un imbécil integral. Quizás sea consecuencia de su carácter que su cine no se consigue definir ni como drama, ni como comedia, y que los espectadores nos sintamos incluso incómodos a la hora de calificar sus películas.
Por supuesto, esto también depende del guion. La Gran Estafa Americana resultó brillante tanto en su concepción como en su ejecución. También podemos recordar otras de sus obras, Tres Reyes, The Fighter, Joy, todas con guiones geniales, pero ¿encontramos lo mismo en Amsterdam?
La historia se supone ligeramente inspirada en hechos reales; es decir parte de casi una anécdota, un complot para destituir al presidente Roosevelt en una época en la que predominaban en el planeta los fascismos (principios de la década de los 30 s.XX). Tampoco es un tema para tomar a broma.
Pero con esa idea por bandera Russell, como guionista, crea un reparto coral formado por sus habituales (sí, esa gente que le aguanta), entre los que se cuentan sólo nombres muy grandes de Hollywood. Hay un trío protagonista: Margot Robbie, Christian Bale y John David Washington, y un largo etcétera en el que resaltan Robert De Niro, Zoe Saldaña, Rami Malek, Anya Taylor-Joy, Chris Rock, Michael Shannon, Taylor Swift… muchos grandes “egos” o presencias que armonizar para que ninguna eclipse a otra.
Burt, Harold y Valerie (Bale, Washington y Robbie) son dos veteranos de guerra y una enfermera unidos por un pacto de amistad. Tras una breve vida bohemia en Amsterdam sus caminos se separan. Cuando los dos primeros son acusados de asesinato los tres se reúnen para demostrar su inocencia y recuperar sus vidas.
En un ambiente noir que impregna calles, interiores y personajes, la historia va enredándose de manera lógica y casi excesivamente ordenada, cuadriculada, no consiguiendo en consecuencia llegar a los cánones de las obras denominadas screwball comedy, tan populares durante la Gran Depresión. Consigue crear situaciones críticas, conflictos interesantes, incluye aspectos propios de la slapstick comedy, pero ciertamente que no llega a esa farsa teatral que caracterizaba a dicho género. En definitiva, no consigue convencer del todo.
El caso es que empieza fuerte. Una introducción potente y evocadora, unos personajes bien construidos, una trama que promete… pero enseguida empiezan a pasar demasiadas cosas y a ser tratadas con celeridad, haciendo que los personajes den muchas vueltas, alargándolo artificialmente, provocando que la parte del nudo, aunque clara (argumentalmente hablando), resulte insatisfactoria.
Pero no todo son sinsabores, por supuesto. El ritmo, aunque irregular, es vertiginoso. Las actuaciones son completamente satisfactorias. La fotografía es excelente. El vestuario enamora. Y mis risas en el cine auténticas. Pero, ante todo, hay unas ganas de vivir impregnadas en cada fotograma que acaban siendo la moraleja de la película. No la crítica a los fascismos, no la censura al racismo, no la aprobación y reprobación constante acerca de los usos y costumbres de la medicina experimental, no las consecuencias de la guerra. Es una oda a la vida pese a los problemas que constantemente acechan nuestra existencia.
Quizás por eso mi disgusto con el resultado. Amsterdam estaba llamada a ser una de las grandes películas del 2022. Buena historia, buenos actores con los que trabajar, medios más que de sobra para la realización de la película. ¿Qué es lo que no encaja? ¿Por qué pierde el norte Russell a partir del primer flasback, como al final del primer tercio de la película? El montaje, queridos amigos, que termina estropeando el guion. Ese montaje en el que parece que han cortado escenas. Esos planos que no saben qué quieren contarnos y que no permiten que la narración fluya con ligereza, cargándose una de las cosas más importantes para mí en una película: el ritmo. Y para cuando lo recupera, ya me da igual lo que suceda en pantalla porque se ha cargado el mensaje.
¿Vale la pena verla? Pues sí, no es tiempo perdido. Amsterdam es “un quiero y no puedo” un “ojalá y lo que pudo ser”, pero sigue siendo disfrutable y una apuesta arriesgada y valiente por parte de Russell. Quizás debería dejar las ínfulas de grandeza cuando haga una película (y darle un tirón de orejas al montador Jay Cassidy), pero una tragicomedia histórica con asesinatos y enredos sigue siendo algo que vale la pena visionar.