En 1954, ocho personas son asesinadas en un tren en Tokio. El inspector de policía Ichiro Abe pronto descubre que todas eran supervivientes del holocausto nuclear de Hiroshima, pero el tiempo va pasando y los asesinatos quedan por resolver. Años más tarde, el inspector vuelve a enfrentarse a ellos al ser contratado por Ryo Watenabe, el heredero de un magnate, para desentrañar su pasado, así como por la presencia de Elle Bartlett, hija de uno de los psiquiatras que participó en los Procesos de Tokio contra criminales de guerra japoneses. No, no os estoy contando hechos reales, aunque puedan parecerlo, esta es la sinopsis de Los sauces de Hiroshima (2011) y, como todas las novelas de misterio y/ o género policíaco, desvelar más sería estropear la lectura.
El caso es que, si bien cogí este libro porque la palabra Hiroshima me llamó la atención, el hecho de que, para variar un poco, fuera una novela escrita por un no-japonés me terminó de convencer. Emilio Calderón es un escritor malagueño que se caracteriza por poseer una imaginación desbordante que condensa en historias que siempre acaban invitando a la reflexión. Sus otras dos novelas de temática asiática, El judío de Shangai o La bailarina y el inglés, son sólo dos ejemplos de ello, pero con Los sauces de Hiroshima entramos en otro terreno: el de la memoria histórica.
La mayoría de las veces que leo novela policíaca simplemente disfruto de una lectura ingeniosa, con pistas que están ahí si quiero verlas, o caminos que puedo seguir si quiero hacer el esfuerzo intelectual. Pero no suelen incluir la carga emotiva y la reflexión que Los sauces de Hiroshima sí posee, al hablar de algo tan controvertido como es la Segunda Guerra Mundial, las bombas nucleares que arrasaron Hiroshima y Nagasaki y las consecuencias que estas tuvieron para todo el pueblo japonés. No contento con esto, el autor también se atreve con las consecuencias de la Segunda Guerra Sino-Japonesa, así como – y aquí se encuentra el tema más controvertido – a hablar de los hibakusha.
Todo el mundo evita hablar de lo que pasó.
No es infrecuente que, después de una tragedia de esta magnitud, la gente quiera pasar página y evite hablar del tema. Ha pasado a lo largo de la Historia tantas veces y con tan nefastos resultados que a menudo me pregunto si no se darán cuenta de que ahí no está el equilibrio.
En Japón, la presencia de los atomizados, los hibakusha, era el recuerdo constante de una época que toda la sociedad japonesa quería olvidar. Inspiraban lástima. Esa lástima que tan bien se refleja durante toda la novela y que acaba generando rechazo y vergüenza. Un recordatorio constante y viviente de lo que Japón perdió.
Ocurre lo mismo con otros temas que también aborda la novela durante la investigación del inspector Ichiro Abe: la Comisión de Víctimas de la Boma Atómica, aspectos formales de Little Boy, el Proyecto de Demolición de Casas, los hospitales para tratar la radiación. Y muchos otros temas que parece que con el tiempo se nos han olvidado. Emilio Calderón nos los trae de nuevo dentro de una narrativa que no pretende incomodarnos, pero sí enmarcar bien los sucesos para que no parezcan una historia sobre unos asesinatos “sin sustancia”.
La importancia de los personajes históricos.
Otra de las presencias que me fue muy grato encontrar en Los sauces de Hiroshima fue la presencia, con gran relevancia para la buena marcha de la novela, del escritor Yukio Mishima. Este aspirante por tres veces al Premio Nobel de Literatura (en una vencido por su mentor, el genial Yasunari Kawabata) profesaba una ideología nacionalista en la que se oponía a la occidentalización de Japón. Este pensamiento le llevó a crear la Sociedad del Escudo (Tatenokai), una milicia que aspiraba a devolver el poder real al emperador.
En la segunda mitad de la novela el personaje de Yukio Mishima y su Tatenokai serán decisivos para la evolución de la historia. Emilio Calderón consigue hilar los hechos ficticios con los reales enriqueciendo tanto a sus lectores como a la propia novela.
Y es que el honor, el camino del bushido, el sepukku… hay conceptos y filosofías que siempre están presentes en las obras japonesas. No es que me haya resultado extraño encontrarla en la obra de un español, pero sí que la delicadeza de sus palabras, los diálogos entre personajes, te acaban transportando sin ningún problema al hermoso y complicado mundo japonés como si realmente hubiera vivido todo aquello.
Puede que leer #LosSaucesDeHiroshima con el debido respeto sea nuestra aportación para que esta #memoriahistórica en concreto siga viva. #novelapolicíaca #EmilioCalderón Clic para tuitearLos sauces de Hiroshima es una novela policíaca genial por méritos propios. 316 páginas en las que consigue mantenernos enganchados a la narración desde el primer momento, mientras avanza por un contexto histórico tan problemático como doloroso. Y lo hace sin caer en el melodramatismo, ni hacernos sentir culpables. La crítica social y política está ahí, pero como siempre, para aquel que desee lidiar con ella.
Como punto negativo, en el género policíaco hay que dar dos pasos para delante y uno para detrás, pero aquí todo lo que hacen obtiene resultados positivos. Eso lo convierte en una lectura fácil y una resolución aún más fácil. Para que sea una investigación real a lo largo de la novela hay que llegar a evidentes callejones sin salida. Este punto se podría mejorar.
En las Notas del Autor, al final del libro, Emilio nos comenta que esta obra es deudora de aquella literatura de postguerra que se avino en llamarse La literatura de la bomba, y que estaba dedicada a esos hibakushas que tanto sufrieron y que, a día de hoy, siguen con vida. Puede que leer Los sauces de Hiroshima con el debido respeto sea nuestra aportación para que esta memoria histórica en concreto siga viva.