FLASH GORDON: cuando la ciencia ficción y la fantasía se mezclaban en un solo género.

A veces, las mejores ideas surgen de alguien envidioso del éxito de otro y que quiere a toda costa volver a conciliar el sueño. King Features Syndicate estaba pasando un mal momento con el éxito de los cómics de Tarzán, Dick Tracy y sobre todo de Buck Rogers, el simpático personaje de aventuras de ciencia ficción, y su oportunidad de volver a ganar cuota de mercado le vino de la mano del personaje creado por Alex Raymond, un aventurero espacial llamado Flash Gordon.

Después de revisiones y plagios, y situándonos en el año 1934, Flash Gordon es lanzado a todo color al mercado mostrándonos un Mary Sue de manual, copando todas las virtudes que podría anhelar un ser humano y, además, poniéndole a prueba a lo largo de años de entregas que contaban historias tan fantásticas como poco creíbles. Yo, que he crecido con el contemporáneo cómic de El Príncipe Valiente, no pude por menos que sentirme tan abrumada como fascinada al ver el derroche de locas aventuras que Alex Raymond y su guionista Don Moore crearon para su personaje. Hoy, rememoro aquellas aventuras de capa y espada con tanto cariño como lo tuvieron que leer nuestros abuelos.

Y no estamos hablando de aventuras cualesquiera, sino de uno de las mayores exhibiciones de fantasía que yo he podido leer en un cómic y que comienzan cuando el famoso jugador de polo Flash viaja en un avión junto con una pasajera (Dale Arden) y ambos son obligados a saltar en paracaídas cuando un meteorito impacta contra el vehículo (desafiando de paso todas las leyes de la física, ejem). Al llegar a tierra les secuestra un científico (un científico loco, por supuesto) que les mete en un cohete que ha construido para salvar a la humanidad del planeta errante que amenaza con chocar contra la Tierra. Casi nada.

Y si esto os parecía de traca, a partir de ahí os podéis poner cómodos, porque comienza una space opera en la que estos tres personajes se enfrentan a toda clase de peligros luchando contra criaturas fantásticas, salvando reinos de tiranos opresores, haciendo algunos aliados randoms y, por supuesto, con Dale siendo secuestrada constantemente cual princesa Zelda y con Flash siendo objeto de deseo de pibones con pasta.

Dejando de lado sus argumentos de brabucón de instituto (porque por esa regla de tres tendríamos que renegar de El Capitán Trueno, Jabato, Buck Rogers y tantos otros), la epicidad de las peleas, la tensión de las situaciones en las que se veía sumergido el protagonista y el colorido de sus viñetas eran razones más que suficientes para que los lectores, los niños de antes y los de ahora, leyéramos las aventuras de Flash Gordon con avidez, olvidándonos de la insustancialidad de sus aventuras, sus personajes planos y, como hablaré más adelante, lo repetitivo de sus tramas. Para aquellos que han llegado al s.XXI sin conocerle siempre tendrán referencias a él y cameos muy divertidos del actor de la película de Flash Gordon en películas como Ted.

Ciencia ficción y fantasía mezcladas, transgrediendo lo pulp.

El reino de Mongo, donde normalmente se sucedían todas las aventuras, era un conglomerado de todo lo que podía gustar a un lector interesado en la cultura pulp y siempre dando un paso más allá. Por ello, la fantasía de los reinos submarinos de los Hombres Tiburón o los mundos aéreos con Hombres Halcón compartían escenario con mundos más de ciencia ficción donde podías ver los inventos de Hans Zarkov mezclados con cohetes, pistolas láser y un largo etcétera.

Esta mezcla de estilos funcionaba bien en un contexto en el que la secuencia shakesperiana orden-caos-orden era lo que se llevaba. Flash llegaba a un sitio o era asaltado súbitamente por enemigos o se veía involucrado en un problema que ni le iba ni le venía (pero cómo no iba a meterse el héroe en jarana) y acababa cautivo de una princesa que se quería casar con él o tenía que rescatar a Dale de otro fulano que la quisiera para sí. Mientras, solucionan el problema del país en cuestión y hacían algún amigo por el camino.

Tramas repetitivas, ¿y qué?

Nos gusta meternos con publicaciones tan antiguas como Flash Gordon por lo repetitivo de sus tramas, pero se nos olvida que cualquier shonen de manual repite su estructura una y otra vez, cambiando únicamente la intensidad de las peleas y el tipo de enemigo al que enfrentarse. Si nos basásemos en que Goku o Naruto lo único que hacen es enfrentarse a un enemigo, derrotarle y vuelta a empezar con uno más fuerte, tampoco le encontraríamos interés a día de hoy a sus mangas. Sin embargo, todas estas obras, tanto las de antes como las de ahora, se apoyan en otro tipo de fortaleza. Y en el caso de Flash Gordon es su apartado artístico que, en los buenos momentos hacía volar la imaginación, y en los malos te evadía de una realidad no siempre muy agradable (recordemos el momento histórico en el que se publicó el cómic).

Mucho se podría decir del grafismo de Raymond, cuyo estilo evolucionó del barroquismo al idealismo y de ahí al manierismo, sin por ello abandonar su estilo de epopeya; pero ante todo nos conviene recordar que esa búsqueda de la epicidad fue la que le llevó a experimentar, cambiando la distribución de las viñetas, añadiendo movimiento a los dibujos, jugando con las luces y sombras y variando el texto de bocadillos a cuadros de texto, dando así más importancia a las imágenes, las cuáles eran cada vez más estilizadas y detallistas.

El romanticismo de Flash Gordon

Pese a la presencia de otras publicaciones ambientadas en mundos medievales donde primaba una mezcla de amor cortés y amor romántico extrañamente ligados, pero siempre presentes y constantes, Flash Gordon poseía una belleza romántica que traspasaba las fronteras de la relación entre Dale y Flash para centrarse en los mundos románticos trabajados del reino de Mongo. Era fácil, dada nuestra cultura heteropatriarcal y el gusto por las grandes gestas masculinas y la necesidad femenina de protección y seguridad, que los universos creados de índole medieval en los cómics de la época realzaran en nuestra cabeza ante todo las aventuras; nos gustaban esos cómics. Flash Gordon, por su parte, tenía que esforzarse por hacer lo mismo en un universo de ciencia ficción y fantasía donde el romanticismo, sin duda, era más complicado.

Afortunadamente, Raymond era un dibujante de recursos y evitó la caricaturización de los personajes, desligándose de sus colegas dibujantes de la época, para incluir la heroicidad allá donde pudiera incrustársela. Y con ella venía inevitablemente el romanticismo.

¿Qué nos queda?

Hace ya unos añitos que dejó de publicarse Flash Gordon. 70 años de historia del musculoso y gentil aventurero, y algunos dibujantes después (Austin Briggs, Dan Barry…), este género ha perdido interés para el mundo actual, al igual que lo hicieron o lo van haciendo publicaciones similares. Sin embargo, son imprescindibles para conocer una época de nuestra Historia sumamente importante, el carácter de nuestros padres y abuelos, y un ocio que marcaría la literatura posterior. La ciencia ficción lleva muchos años entre nosotros, pero no es hasta finales del s.XX y lo que llevamos de XXI cuando la hemos colocado en el lugar que le corresponde. De alguna manera, personajes como Flash Gordon colaboraron a ello y por ello es bueno que pongamos el legado de Alex Raymond en el lugar que le corresponde.

Flash Gordon

6.2

NOTA

6.2/10

Destaca en:

  • Es una buena forma de conocer el estilo de cómic de la época.
  • Flash Gordon es un referente en cuanto al cómic americano de ciencia ficción.
  • El estilo artístico es uno de sus platos fuertes.

Podría mejorar:

  • Tiene poco que aportar a los gustos de los lectores de ahora.
  • Su temática de héroe y damisela en apuros no está en consonancia con las ideas de hoy en día, provocando algo de rechazo.

About Susana "Damarela" Rossignoli

Susana Damarela es fundadora de Generación Friki. Gran apasionada de la lectura y el cine, puede leer un libro cada día de la semana sin despeinarse. También le encanta el deporte, el rock, las juergas y el kalimotxo. Sus juegos favoritos son el Tetris y el Starcraft II

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