TOKIO BLUES: la juventud y su estado de sonambulismo perpetuo.

Se han dicho muchas cosas sobre la obra cumbre de Haruki Murakami, Tokio Blues (Tokio Blues Norwegian Wood, 1987), aunque seguro que a la que menos estáis acostumbrados es a la frase “no me ha gustado”. No voy a caer en la reducción al absurdo de afirmar que es una obra mala, o que no hay nada que me guste, pero sin duda me cuesta encontrarle la brillantez que, en general, se le atribuye a esta novela. Y no, antes de que alguien me diga “pues estudia más”, “eso es porque no tienes ni idea”, entended vosotros que sí comprendo lo que se supone que hace grande a esta obra y que, si bien Murakami consigue plasmar todo lo que le hace distintivo (si vuelves a sus libros, será por este hecho), no consigue emocionarme, ni hacerme empatizar con las situaciones como sí que lo han hecho otros autores.

El caso es que antes que él existieron otros escritores (F. Scott Fitzgerald, Raymond Chandler, Franz Kafka, J.D. Salinger…) a los que Murakami admiraba y en los que se inspiró para unos u otros detalles de sus obras. Es bien sabido que la exploración de la juventud y el sentimiento de pérdida es influencia de Fitzgerald, la atmósfera noir y el estilo directo es cosa de Chandler. Y así un largo etcétera. Pero cuando mencionaba otros autores que sí me habían emocionado me refería, evidentemente, a escritores japoneses contemporáneos que han explorado como Murakami los temas oscuros (juventud, pérdida, duelo…), la exploración del cuerpo, el estilo directo de conversación, el sutil sentido del humor, la introspección de los personajes… Puede que tengamos que tener presente la propia voz de cada autor (y la experiencia personal de cada lector), pero me inclino más por autores como Natsuo Kirino, Hiromi Kawakami, Banana Yoshimoto, Yoko Ogawa o Sayaka Murata.

Entonces, ¿por qué es tan importante Tokio Blues?

En mi caso, dado que la historia que contaban no conseguía interesarme, me centré en las cosas que esta obra aportaba a la literatura, a fin de entender su éxito. Me apliqué mi propia máxima de poner las obras y autores dentro de su contexto.

Murakami aportó un nuevo estilo dentro de la literatura japonesa contemporánea en el que usó temas universales para conectar con el público. Y lo hizo de una manera íntima y muy accesible. Por ello, la creación de personajes jóvenes con problemas actuales en un Japón en plena transformación (años 60). Nada va a hacer empatizar más a tus lectores contigo que humanizar a tus protagonistas. Eso llevó al autor a usar un lenguaje directo y sencillo, con numerosas referencias a la cultura occidental (lo que hizo que por aquí se le entendiera mejor, claro). Hablar de los Beatles o de Billy Joel te pone en un contexto histórico y cultural de manera mucho más rápida que la mayoría de referencias que puedas usar.

No sabes si Toru es un pedante o un pasota. Lo que siempre he pensado es que era un sin sustancia. Un muerto en vida. Un sonámbulo perpetuo.

Y si coges a un joven estudiante/universitario y le das una personalidad introspectiva, reflexiva, indecisa, melancólica, tendente a la soledad, pero sobria, algo madura y ligeramente prepotente, lo que tienes es un chaval en la edad del pavo de manual. Y a esa edad te crees el ombligo del mundo, así que si lees Tokio Blues siendo chaval te sientes super identificado con Toru Watanabe, que es todo eso y encima folla de vez en cuando. Y si eres adulto y has conseguido poner cordura en la sesera y tienes algunas inquietudes, lees esta novela con esa sonrisa condescendiente de “ah, los jóvenes, yo también fui joven” y vuelves a sentirte identificado porque los temas universales del amor, la muerte, el sexo y la pérdida son… pues eso, universales.

No quiero decir con esto que Murakami cree personajes de manual. Eso habría sido coger a un preadolescente huérfano al que hacen bullying y darle de repente superpoderes. Pero dentro de lo humanos que son, representan el prototipo de japonés perdido, vagando sin rumbo por la vida, con el que el lector se siente identificado. Esto me lleva al tema de los suicidios.

Para el lector occidental cuesta mucho más entender el ritual suicida de la sociedad japonesa. Existe en Japón lo que yo llamo una tolerancia cultural hacia el suicidio. En muchos contextos históricos (como el seppuku samurái) no se consideraba algo inherentemente negativo. Aunque a día de hoy ya no se considere una forma de asumir la responsabilidad o una cuestión de honor, sí que es una opción cuando la persona se encuentra ante una situación extrema. Y aunque los temas los conocemos: presión académica y familiar, bullying, aislamiento social (hikikomori), desconfianza en el futuro, incertidumbre laboral… en general, creo que se podría resumir en desesperanza.

Y quizás por eso los jóvenes japoneses, arrastrados por cierto romanticismo, leyeron Tokio Blues con unos ojos de tragedia griega bastante peculiares. Mientras en occidente habríamos sacado fuerzas para ayudar a todos los solitarios depresivos con impulsos suicidas, aquí parece que Toru se deja llevar por las circunstancias como buena ameba que es… y a ver qué pasa.

Y ese qué pasa tiene que ir conducido inevitablemente por el recurso estrella de Murakami: los triángulos amorosos; la forma por excelencia de que cada personaje exprese sus sentimientos. Es decir, las conversaciones que mantienen vis a vis dos personajes suelen ser insustanciales para la trama, pero cuando se agrupan dos para hablar de un tercero, entonces es cuando avanza la historia porque existe la comunicación. Esto evidencia uno de los grandes problemas de la sociedad, la incapacidad para comunicarse y, en mi opinión, más que una característica de Murakami es un defecto, al ser incapaz de hacer que conversaciones entre dos personajes resulten relevantes.

Pero todo esto te lleva a pensar en uno de los grandes temas que considero que trata Tokio Blues. La fragilidad de la salud mental. Creo que uno de sus mejores logros es mostrar las heridas emocionales con una sensibilidad extrema, consiguiendo que pasemos por todas las fases: ira, desconexión, sufrimiento, empatía y concienciación.

Quizás por estos motivos el autor dedica bastante tiempo a explorar las causas subyacentes por las que Naoko y Kizuki actúan como lo hacen. Su aislamiento, su trauma, su dificultad para conectar con la realidad, su insatisfacción personal y ese peso existencial que no consiguen aliviar. Y, por otro lado, las consecuencias que sus actos tienen en personajes como Toru y Midori. El duelo, la culpa, la confusión, el dolor… en ningún momento Haruki Murakami alivia la carga del lector banalizando o aligerando el concepto de suicidio. No juzga, no hace juicios morales simplistas.

En general, si bien Tokio Blues explora las razones que impulsan al suicidio, no fue intención del autor dar un toque de atención a la sociedad japonesa sobre prevención. Sus intenciones son más bien centrarse en explorar la experiencia individual del sufrimiento, la pérdida, el proceso de duelo. Por un lado, convierten a Tokio Blues en casi un ensayo, mientras que, por otro, la convierten en una novela muy interesante. La búsqueda de sentido de la propia existencia no puede sino ser concebida como algo tan místico como humano. Y, sin embargo, creo que se ha desperdiciado una oportunidad estupenda para buscar soluciones.

Tokio Blues

6.5

NOTA

6.5/10

Destaca en:

  • El retrato de la juventud del momento.
  • Los diferentes formas de entender el suicidio.

Podría mejorar:

  • El poco interés que me despierta el protagonista.
  • Las constantes divagaciones que generan falta de acción y ritmo.
  • Personajes femeninos vacuos y clichés.
  • El melodrama presente en las relaciones del protagonista con los secundarios.

About Susana "Damarela" Rossignoli

Susana Damarela es fundadora de Generación Friki. Gran apasionada de la lectura y el cine, puede leer un libro cada día de la semana sin despeinarse. Como novelista ha publicado La Ciudad que Olvidamos (2024) y está centrada en la publicación de nuevos títulos. También le encanta el deporte, el rock, las juergas y el kalimotxo. Sus juegos favoritos son el Tetris y el Starcraft II.

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