¿Qué pasa cuando un juego es algo más que un juego?. Muy pocas veces en la corta historia de los videojuegos ha sucedido que una obra trascienda su medio de manera evidente: en los 90 y a principios del 2000 las nuevas tecnologías y la llegada del 3D dieron como fruto algunos de los lanzamientos más celebrados que se recuerdan. Fue un momento de gran gloria, con videojuegos que han marcado la pauta durante los siguientes lustros como Final Fantasy VII, Resident Evil, Gran Turismo, Mario 64, o Zelda Ocarina of Time.
Sin embargo en la actualidad de los videojuegos es dificil encontrar un título que sea una gran producción y que además rompa con las convicciones de un género, que cambie conceptos, sobre todo si hablamos de las grandes e intocables licencias sagradas; la industria ha decidido dejarle los experimentos con gaseosa a los pequeños estudios.
Sin embargo parece difícil negar que, después de varios años de aburrido continuismo en materias jugables, últimamente estamos sintiendo ciertos aires de cambio. Varias de las grandes licencias han dado un paso buscando una transformación: Ghost Recon se ha pasado al mundo abierto, Assassins Creed promete una próxima entrega llena de novedades, God of War parece que también ofrecerá algo diferente y Zelda, una de las franquicias que se ha mantenido prácticamente inmutable en sus puntos clave desde Ocarina of Time ha decidido también liarse la manta a la cabeza y adaptarse a los nuevos tiempos.
¿Revolución? No, pero sí evolución
A estas alturas de la película creo que todos los que estéis leyendo esto ya habéis visto lo que se habla de Zelda Breath of the Wild; con ese chorro de dieces a sus espaldas y un 98 en Metacritic. Si nos centramos en esa nota, Breath of the Wild se situa como segundo mejor videojuego de la historia, justo por debajo de Zelda Ocarina of Time, pero ¿hasta qué punto esto es así?
Sin duda puedo entender y entiendo por qué mucha gente le otorga a Zelda OoT el título de mejor juego de la historia: en su día fue toda una revolución. No sólo trataba los entornos 3D como ningún otro juego, sino que se servía de ellos mas allá del artificio visual; Ocarina of Time inventó tantos conceptos dentro del videojuego que hasta ese momento no existían que sencillamente trascendió. No es que se tratase sólo de un videojuego sobresaliente, sino que además fue el manual de diseño que incluso hoy en día se sigue utilizando para formar a nuevos creadores de videojuegos.
Zelda Breath of the Wild es, ni más ni menos, que una puesta al día de todos los conceptos que trajo en su día Ocarina of Time, un manual del diseño 2.0 por así decirlo. Breath of the Wild no inventa absolutamente nada que no esté inventado ya, no es la revolución que fue Ocarina of Time: es su evolución.
El diseño como arma, la tecnología como herramienta, y no al revés
Hace más de una decena de años que contamos con motores de físicas en nuestros videojuegos, también hemos visto decenas de juegos con enormes mundos abiertos en los que pasan los días a tiempo real, llueve y nieva.
Pero como ya dije en aquel artículo en el que hablaba del escenario como parte activa del juego y no pasiva, todo se limita a artefactos gráficos con ninguna o muy pocas repercusiones jugables importantes.
Zelda Breath of the Wild le da la importancia que merecen todos estos apartados; coge un montón de elementos que hasta hoy sólo estaban ahí por razones estéticas y les da un propósito jugable.
El papel que juega la fisica en Zelda, cómo está implementada y sus repercusiones jugables es absolutamente increible, sobre todo para un juego que funcionaria igual si hubiese decidido prescindir de ello. Sin embargo la grandeza de Zelda Breath of The Wild se encuentra en la suma de todos sus elementos y cómo la sinergia de todos estos alcanza resultados jugables que ningún otro juego ha alcanzado hasta hoy.
Igualmente, el hecho de que sea de día o de noche, que llueva, que nieve, que haga calor o frío tiene repercusiones a nivel de jugabilidad. No sólo porque Link tenga frío y debamos calentarle, sino porque nuestra comida se congelará, nuestras antorchas no arderán, nos podrá caer un rayo si usamos metal, o no podremos escalar pos los muros (y algunas cosas más que no sería decoroso revelaros).
Zelda Breath of the Wild tiene una obsesión compulsiva por el detalle, es un juego que pide a gritos que lo explores, que te pierdas en él, que experimentes y que descubras sus innumerables (literalmente) secretos. El juego en sí mismo tiene consciencia de eso, y salvo en algunas ocasiones, sólo tendremos una pequeña pista de por dónde continuar, un simple “hacia allá” que indica la silueta de una montaña lejana, invitándonos a caminar, a sumergirnos de lleno en un mundo que vive y respira con nosotros. Y os aseguro que de camino a aquella montaña os pasarán tantas cosas, descubriréis tantos detalles, que sólo el hecho de llegar hasta ella habrá sido una verdadera aventura.
Alejándose de la cultura del usar y tirar
Si hay algo que queda patente desde casi el primer momento a los mandos de Zelda Breath of the Wild es su clara vocación por el fan, por el jugador tradicional, por esos treintañeros que se sientan delante de sus televisiones a disfrutar con un nuevo Zelda. Nintendo lo sabe, Nintendo ¡por fin! lo sabe. A nosotros va dedicado este título; un juego difícil, de ritmo pausado, sin pistas, casi hostil con el jugador novato.
El ritmo de Breath of the Wild es pausado; las distancias son largas, los días pasan lento, los poblados son grandes y no siempre tenemos un medio de transporte a mano. Así mismo, dependemos de ciertos recursos, como la comida y el dinero, que no son nada fáciles de conseguir, y cuanto más avanzamos, peor se vuelve. Es fácil encontrar una manzana que te rellene medio corazón, pero cuando contamos con 14 corazones el juego nos exige buscar buenos ingredientes para elaborar recetas que sean capaces de recuperar nuestra vida en un momento de necesidad. Lo mismo pasa con las armas y con las flechas: el diseño de Zelda es orgánico y el juego se vuelve más y más exigente conforme vamos avanzando en él, sin usar artificios, sin autolevel, sólo un ejercicio de diseño que es una pura obra maestra en sí mismo.
Zelda Breath of The Wild también es el Zelda más exigente de cuantos he disfrutado, y con diferencia. No sólo por la dificultad que entrañan algunos de los jefes, sino porque escalar ciertas torres, o enfrentarnos a algunas de las bestias que pueblan Hyrule puede ser una tarea sumamente frustrante si no vamos bien equipados y contamos con buena destreza a los mandos.
Pero seamos sinceros, la perfección no tiene nombre.
Y es que, le pese a quien le pese, ni Zelda Ocarina of Time era perfecto, ni mucho menos lo es Zelda Breath of the Wild.
El juego en al apartado artístico se encuentra a un nivel altísimo, con diseños increiblemente preciosos, con muchos toques étnicos y con un terriblemente evidente tufillo a Ghibli (Sobretodo a El Castillo en el Cielo). Sin embargo, en el apartado técnico, el juego cuenta con taras que es complicado pasar por alto.
Si bien Nintendo es famosa por darle prioridad a la fluidez y el framerate a todos sus juegos por encima del apartado gráfico, en Zelda BotW este equilibrio no se logra, dejando en evidencia la escasa potencia de WiiU y lo poco que ha avanzado Nintendo Switch en este aspecto, aunque entendiendo a esta última como consola portátil la cosa se puede llegar a entender más.
Sí que hay que decir, antes de nada, que la experiencia de Zelda BotW en una Switch en modo portátil es increíble: jamás había tenido entre mis manos una portátil capaz de hacer funcionar un juego tan majestuoso como este. Sin embargo, es en el momento en el que conectamos la consola a una TV o que probamos la versión WiiU cuando vienen las pegas más grandes.
El juego, gráficamente y a nivel puramente técnico, no está a la altura, ni mucho menos, de los lanzamientos actuales. Adolece de Pop-in, de caídas de framerate, la distancia de dibujado del césped y de pequeños elementos es demasiado cercana y la resolución es baja (720p en WiiU y 900p en Switch).
Tiene sus logros técnicos, y eso es innegable: el motor de físicas es de lo mejor que hemos visto en videojuego alguno, las animaciones son impresionantes y la reactividad de todos los elementos del entorno es casi, casi, revolucionaria.
Por otra parte, a nivel musical está un peldaño por debajo del resto de videojuegos de Zelda (al menos los principales). Sí que cuenta con algunas melodías de gran calidad, pero no existe nada parecido a la música de la campiña de Zelda OoT, o la composición que suena mientras navegamos en Wind Waker, siendo la mayoría de cortes que escuchamos en el juego de una factura correcta, pero sin llegar al nivel requerido, muy por debajo de otros aspectos del título.
Y sin embargo, cada vez que me pongo a los mandos con Zelda BotW no puedo acordarme de todos estos problemas más de cinco minutos, puesto que en este juego los gráficos tienen la importancia que merecen, porque salta a la vista dónde se ha puesto toda la carne en el asador, porque dentro de 10 años Uncharted 2, una joya gráfica en su momento, será un churro, pero Zelda Breath of the wild seguirá siendo maravilloso, pues los gráficos siempre se quedarán anticuados, pero el misterio de aquella lejana montaña perdurará en tu memoria.
Conclusión:
¿Qué dice la prensa?
En este caso las reviews de la prensa estaban disponibles el mismo día del lanzamiento del juego.
Zelda Breath of the Wild tiene un promedio de 96.0 en Metacritic otorgado por la prensa y un 7.5 otorgado por los usuarios.
Prensa nacional:
Meristation: 10.0
3DJuegos: 10.0
Vandal: 9.5
Prensa internacional:
IGN: 9.6
Gamespot: 10
Destructoid: 10.0
¿Qué dice Generación Friki?
Finalmente, es difícil buscarle un lugar adecuado en el mundo a este Zelda Breath of the Wild. Está claro que es uno de esos juegos especiales aunque, ¿cómo de especial? No sé si estoy preparado para contestar a esa pregunta, pero lo que sí puedo deciros es que hacia años que no me sentía como me he sentido recorriendo las praderas de Hyrule, que Breath of the Wild me ha vuelto a hacer sentir esa sensación de descubrimiento, y que, sin grandes argumentos ni fanfarrias demasiado elaboradas, me ha hecho vibrar como lo hice en su día, en los 90, con Final Fantasy VII, Resident Evil, Gran Turismo, o Mario 64.
Para ponerlo en contexto de los juegos actuales, os diré que si Geralt de Rivia fuese mi padre y Zelda mi madre y me preguntasen eso de ¿a quién quieres más, a mamá o a papá? Creo que no sabría por cual decidirme, pero fuera el que fuese, sé que estaría bien.
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Destaca en:
- Evoluciona cada aspecto jugable que toca
- La constante sensación de aventura y descubrimiento
- Proporciones inabarcables
- La cantidad de detalles es casi infinita
Podría mejorar:
- El rendimiento se resiente muchas veces
- La música no está a la altura de otras entregas
- Que no haya más juegos como este
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