Poco queda por decir acerca de Guillermo del Toro. Por lo tanto, y para los despistados, algunas pinceladas básicas. Director. Novelista. Mexicano. Principal representante del fantástico en el cine hollywoodense contemporáneo. Mente pensante detrás de cintas como El espinazo del diablo (2001), El laberinto del fauno (2007) o La forma del agua (2017). Ganador del Oscar a Mejor Director por este último título. Creativo involucrado en series como The strain o Trollhunters y en videojuegos como Death Stranding. Del Toro ha vuelto a la carga con El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 2022), adaptación de la novela homónima publicada por William Lindsay Gresham en 1946. La película (remake del clásico de 1947 dirigido por Edmund Goulding) ha sufrido un severo batacazo en la taquilla estadounidense, al mismo tiempo que la crítica la ha ensalzado como una más que probable candidata para los Oscar. Y razones para ello no faltan.
El callejón de las almas perdidas cuenta la historia de Stan Carlisle, un tipo que parece moverse en la tenue frontera entre la seducción y el engaño, pero que en el fondo no es nada más que un pobre diablo, uno de esos monstruos tristes que tanto fascinan a Del Toro. Stan, hombretón de oscuro pasado, se integrará en la troupe de un circo de freaks: su puerta de entrada en los mundos de perdición del ilusionismo y el espiritismo.
El film es firme candidato al Oscar a Mejor Película.
La cinta es un ejercicio de neo-noir fantástico, un character driven sostenido por un magnifico Bradley Cooper en el papel de Stan Carlisle. El guion de Guillermo del Toro y Kim Morgan traza el magnífico retrato de un hombre impulsado y condenado por sus propias causas y consecuencias a lo largo de un interesantísimo arco de transformación.
No obstante, me atrevo a escribir que el peso y la fuerza de esta película son consecuencia de un poderosísimo apartado visual y narrativo. La maestría de Del Toro en cuestiones de ritmo y virtuosismo no es ninguna sorpresa. La primera y larguísima secuencia, en la que se cuenta a ritmo de elipsis como Stan se une a la feria sin que el protagonista pronuncie una sola palabra, podría figurar sin problemas en una hipotética galería nocturna con lo mejor jamás filmado por Del Toro.
La fotografía de Dan Laustsen (DOP en John Wick, La cumbre escarlata y La forma del agua), el diseño artístico de Brandt Gordon (Historias de miedo para contar en la oscuridad), la banda sonora de Nathan Johnson (Puñales por la espalda), así como el montaje de Cam McLauchlin (La forma del agua), así como las interpretaciones de Willem Dafoe, Ron Perlman o Toni Collette, contribuyen a construir esa atmósfera barroca tan querida por Del Toro. Suntuoso, extravagante y único. Orgánico y retorcido, elegante y estilizado. Del Toro construye un mundo propio que bebe tanto de Arnold Brocklin como del cine clásico y el anime, pero que nace del interior.
Sirva como ejemplo de esto que se apunta el consultorio de Lilith Ritter, psicóloga interpretada por Cate Blanchett. El edificio donde actúa Ritter tiene ese aspecto aséptico tan típico de los cuarenta; pero lo que vemos cuando la puerta del consultorio se abre tiene más que ver con una cámara mortuoria egipcia (con esos colores dorados que remiten a la idea de muerte, con esos compartimentos que recuerdan a los vasos canopos donde los embalsamadores recogían los órganos del faraón) que con la consulta del doctor Freud.
Ello es debido a que, en cierno nivel subtextual, el personaje de Blanchett representa el arquetipo del eterno femenino destructor: es una sacerdotisa de la religión secular de la psicología cuya última y elocuente línea de diálogo es “Sobreviviré”.
Aunque interesante, este punto nos da pie para hablar del aspecto más problemático del film: los personajes femeninos. Lilith Ritter/Cate Blanchett y Molly Cahill/Rooney Mara son bastante planos. Funcionan únicamente como polos de atracción de la psicología masculina de Stan. Blanchett representa el aspecto oscuro, erótico e incestuoso de la madre oscura, mientras que Mara (lista pero ingenua, ingenua pero lista) representa el aspecto luminoso y protector de la madre benefactora. Blanchett se ha especializado en este tipo de papeles (El señor de los anillos, El aviador, Diario de un escándalo), pero resulta muy gratificante ver a Rooney Mara (recordemos: Lisbeth Salander en Los hombres que no amaban a las mujeres) bordar un papel tan dulce.
La película más madura y triste de Del Toro.
Stan Carlisle, por su parte, es un claro alter ego de Del Toro. Ambos son ilusionistas (el cine es un arte derivado del ilusionismo y el vodevil; de forma indirecta, por tanto, de la magia) y ambos son monstruos perseguidos por una sociedad mucho más monstruosa que ellos. Es bien conocida la fascinación de Del Toro por el monstruo de Frankenstein, por la criatura que aprende para su desgracia lo que significa ser humano.
El monstruo de Frankenstein canibaliza y alimenta la obra de Del Toro: Blade, Hellboy, BOB, Stan…una lista a la que se sumará el próximo año Pinocho. Del Toro podría apropiarse con todo derecho de la famosa frase pronunciada por Horacio Quiroga y Tiziano Sclavi (otros antropólogos de lo monstruoso): “Yo soy los monstruos”. Para que su lección nos llegue clara y diáfana, el monstruo tiene que morir. Pero si hubiera tenido la oportunidad, Del Toro habría salvado a todos los monstruos, incluso al peor de ellos.
El callejón de las almas perdidas es la película más madura y triste de Guillermo del Toro. Es, también, su primera obra sin elementos sobrenaturales. En la superficie, al menos, porque por sobre todo el relato se extiende una atmosfera de fatalidad, una presencia que hace posible la categoría que define el destino y lo divino: lo inmaterial.
El callejón de las almas perdidas
Destaca en:
- El apartado visual. Puro Del Toro.
- El guion de Del Toro y Kim Morgan.
- Las magníficas interpretaciones de Bradley Cooper, Rooney Mara, Willem Dafoe, Ron Perlman, Toni Collette…
Podría mejorar:
- Los personajes femeninos resultan ser planos.
- Es excesivamente larga. En sus dos horas y media se cuentan prácticamente dos películas.
Un comentario
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