HOUSE OF CARDS: el matrimonio que lucha unido, permanece unido.

Ríos de tinta han corrido con House of Cards. Primero por su novedoso tratamiento, porque tenemos que acudir a personajes como Walter White (Breaking Bad) o Joker (Batman) para encontrar un personaje tan gris y carismático como Francis Underwood (Kevin Spacey). Segundo porque calmaba las ansias de todos los que vieron El Ala Oeste de la Casa Blanca y se quedaron con ganas de más en cuanto a dramas políticos se refiere. Tercero por la multitud de premios que empezó a cosechar. Cuarto por el escándalo que trastocó los planes de la productora obligando a sacar a Kevin Spacey de la serie. Quinto por lo horribles que fueron la quinta y sexta temporada.

Sobre todo ello se ha escrito y no pretendo añadir más cosas. Todos disfrutamos con las primeras temporadas, odiamos las últimas, las analizamos todas y alabamos la calidad técnica, su ruptura de la cuarta pared, las interpretaciones de todos y nos planteamos qué de todo lo que pasaba en la Casa Blanca y aledaños sería un fiel reflejo de lo que tenemos cada uno en casa con nuestros políticos.

El caso es que la serie comienza con 20 años de Francis Underwood sirviendo en la Casa Blanca, apoyado por su incondicional esposa Claire (Robin Wright) que, al comienzo de la serie, dirige una ONG para el abastecimiento de agua limpia. No parece que ninguno de los dos cometa delitos, chantajee, manipule o mienta, simplemente se trata de una pareja a la que gusta en exceso el poder, pero que se mantiene dentro de los límites de lo legal. Cierto es que hay algunas cosas de su pasado que no acaban de molar (pero dependiendo de a quién le preguntes), pero en general la pareja se mueve dentro de un pragmatismo feroz y poco más.

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Francis empieza a manipular y ganar poder para sí mismo cuando se le pasa por alto como Secretario de Estado, puesto que ambicionaba y que considera que merecía. A partir de ahí las tornas se vuelven y la ambición de poder de Francis y Claire sale a relucir. Absolutamente cualquier cosa que hagan a partir de entonces estará justificada para ascender y mantener ese poder.

Y las palabras claves en House of Cards es juntos, unidos, como equipo. Esa sensación tan controvertida de que te estás encariñando con los personajes equivocados. Son los malos, puedes verlo, pero trabajan unidos apoyándose por encima de todo, mientras ves cómo a su alrededor el resto de los matrimonios y parejas se engañan, mienten, sostienen secretos, se divorcian y pelean por tonterías. Los Underwood llevan casi 30 años de matrimonio y este sigue sólido como una roca.

Y mis reflexiones al respecto eran sobre el modelo de matrimonio que habían elegido. Son liberales, independientes, pragmáticos…pero siempre permanecen unidos. Ambos conocen las necesidades y deseos sexuales del otro, ambos respetan el espacio personal del otro, ambos toman decisiones que faciliten al otro la vida. A veces buscan un 5% de su felicidad en otro lado para apreciar más ese 95% que les da su pareja. Sería muy triste que nos centráramos simplemente en si uno se acuesta con este o con esta porque es un matrimonio que tiene muy claro cuáles son las claves para que lo suyo funcione: lealtad, honestidad, apoyo, objetivos comunes.

A día de hoy los matrimonios fracasan porque cada uno se mira demasiado su propio ombligo. Entendemos mal los conceptos de lealtad y honestidad. Alguno de vosotros me dirá: “oye, que con esa lealtad se encubrían el uno al otro chantajes y asesinatos”. Dejemos de lado la ficción, dejemos de lado cuándo la serie se tuerce por ese guion tan malo (porque, reconozcámoslo, si se hubiera terminado en la 4ª temporada todos habríamos sido muy felices con nuestro matrimonio manipulador). Centrémonos en cómo la solidez de su matrimonio hace que tengan detalles que los que llevamos mucho tiempo con nuestras parejas reconocemos o, en caso contrario, deseamos. El compartir a la noche un cigarrillo juntos, el no acostarse sin haber hablado con el otro esté en el lugar del planeta que esté…el conocer tanto a tu pareja que ya apenas tiene que contarte sus necesidades.

Sí, durante varias temporadas el punto fuerte de la serie fue que Fran y Claire se apoyaban, entendían y respetaban. ¿Quién no quiere eso para su matrimonio? ¿O acaso no creéis que si Skyler hubiera apoyado a Walter su camino por el mundo de la metanfetamina no hubiera sido diferente y puede que no hubiera existido su conversión de protagonista a antagonista? El mundo de la ficción está lleno de parejas de ladrones que, con su amor por bandera, roban bancos y cometen todo tipo de infracciones. ¿Habría funcionado tan bien la escena inicial de Pulp Fiction si Ringo y Honey Bunny no hubieran sido dos tortolitos enamorados?

Hace algún tiempo escribí un artículo que se llamaba ¿Por qué nos gustan hoy los personajes grises? y matizaba que son personajes que nos encantan, en parte porque son como nosotros, ni buenos ni malos, pero a los que no nos queda más remedio que juzgar porque, según nuestros cánones sociales de anti violencia, son malas personas. Podemos juzgar a los políticos porque, desde nuestro punto de vista, no es lo mismo rayar un coche o colarnos en el metro, que amañar unas elecciones para que salga nuestro partido o robar al erario público para meterlo en las Islas Caimán. Y oye, es normal que lo primero no nos afecte porque son cosas pequeñas y a veces no perturban más que a uno mismo, y lo segundo son cosas gigantescas que delatan una catadura moral bastante baja.

Fran y Claire son un matrimonio que no parece que tenga ni barreras, ni límites, ni conciencia. En eso es fácil que estemos todo de acuerdo. Pero, ah, ¿quién apoyará la idea de que un matrimonio como el suyo es deseable, obviando los actos malvados que comienzan a realizar ya en la primera temporada? Qué envidia me da ese matrimonio que se apoya de forma tan incondicional, qué poco lo desearía para mí si con ello pierdo el norte de lo que es bueno y justo.

About Susana "Damarela" Rossignoli

Susana Damarela es fundadora de Generación Friki. Gran apasionada de la lectura y el cine, puede leer un libro cada día de la semana sin despeinarse. Como novelista ha publicado La Ciudad que Olvidamos (2024) y está centrada en la publicación de nuevos títulos. También le encanta el deporte, el rock, las juergas y el kalimotxo. Sus juegos favoritos son el Tetris y el Starcraft II.

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