LA LETRA ESCARLATA: ¿Quién puede juzgar sino Dios?

Norma Editorial lleva un tiempo trayéndonos los clásicos de la literatura mundial a un formato tan querido en esta web como es el del manga. En su momento fue Orgullo y Prejuicio, que superó nuestras expectativas y, en esta ocasión, la guionista Crystal S. Chan y la ilustradora SunNeko Lee, se ocupan de La letra escarlata, la novela de Nathaniel Hawthorne publicada en 1850, que a día de hoy sigue considerándose su obra cumbre y que trata muchos de los temas que obsesionaban a su autor: el puritanismo religioso, la espiritualidad del ser humano y diversas cuestiones teológicas.

La historia se mantiene

Una de las razones por las que estas adaptaciones de clásicos al manga están siendo bien recibidos por una servidora es por la fidelidad del texto (muchas veces con diálogos exactos incluidos) al original. En un formato como el cómic, que sustituye muchas veces los extensos diálogos por expresivas ilustraciones, la profundidad psicológica de los personajes que describen sus autores puede verse mermada. Dado que no es el objetivo de estas obras el cambiar la historia por otra, sino (posiblemente) acercar estas complejas novelas a un público con gusto por este formato más visual, la complejidad es doble.

En La letra escarlata nos situamos en 1642, en el Boston habitado por colonos ingleses, que han traído consigo el puritanismo de su férrea religión protestante (ojo, puritanos, es decir, que creen que la salvación está predestinada – y esto marca el sentido de la lectura), y que muestran su indignación ante una joven llamada Hester Prynne, culpable de adulterio, y asisten a su castigo. Una niña llamada Pearl, fruto de su relación, y una letra A roja bordada en su pecho, son el constante recuerdo para todos de su pecado.

Hester, que se niega a revelar el nombre de su amante, acepta tanto esta carga como la promesa que le hace a su marido, el médico Roger Chillingworth, quien asiste a tiempo para conocer el adulterio, de no mencionar que son esposos, mientras asiste impotente a la venganza de Roger contra el reverendo Dimmesdale, quien enloquece por la culpa.

La culpa

Sin duda, el gran tema de la novela es la culpa. Mientras Hester asume la infidelidad y decide quedarse a vivir en el pueblo (que ya son ganas de martirizarse) y purgar su pecado llevando una vida de austeridad, buenas obras, castidad y mortificación; el reverendo Dimmesdale es atormentado diariamente por la culpa y ni la laceración de su cuerpo, ni la vida entregada al espíritu pueden apaciguar sus remordimientos.

Es fácil suponer que, aunque no se pretenda directamente dar lecciones con ello, la novela insta a la transparencia de espíritu frente a la hipocresía. La pública confesión del pecado por parte de Hester y la aceptación del castigo hacen que su mente esté tranquila y, pese a los maltratos que sufre durante años por parte de sus vecinos, ella pueda seguir adelante. El reverendo, pese a ser querido y respetado por todos sus feligreses, no consigue encontrar la paz puesto que no es sincero consigo mismo ni con los demás. Es más, sus sermones se vuelven hipocresía ponzoñosa frente al digno silencio con el que Hester carga su letra escarlata en el pecho.

La venganza

En contra de lo que podríamos esperar, la venganza del humillado marido no se centra en Hester, quien ya ha sufrido escarnio público, sino contra el amante. Nuestra sociedad, y posiblemente también una tan obtusa como lo era la Boston del siglo XVII, admite, porque empatiza, un castigo para el amante de una mujer casada, en justicia por el agravio que supone para el marido. Ello debería calmar el espíritu de Roger así como sentir que “están en paz”; sin embargo, lo que lleva a cabo el médico es una metódica y retorcida venganza que acaba convirtiendo su justo desagravio en mezquindad. Dicho de otra forma, la adúltera se convierte en santa, el amante en víctima y el agraviado en demonio.

¿Quién puede juzgar sino Dios?

Esta idea, tan debatida tanto en la teología como en las diferentes artes creativas, supone aquí el punto de inflexión sobre el que actúan los personajes. Así como creen en una justicia terrenal, también lo hacen en una divina y, pese a que parece el eje sobre el que se mueve toda la trama, no alcanza a todos los personajes puesto que tanto la venganza como la mortificación, ambas patrimonio de Dios (divina) o del Juez (terrenal) son llevadas al extremo último en La letra escarlata, dejándonos con la sensación de que una moraleja muy turbia (no hay redención en la tierra) se va tejiendo a medida que avanza el libro.

Un dibujo extremadamente expresivo

La culpa, la venganza, la cólera o incluso el amor son plasmados con absoluta vehemencia en el dibujo de SunNeko Lee; un dibujo limpio, moderno, muy característico del manga. Resulta verdaderamente difícil plasmar los aspectos espirituales y morales de una persona mediante el dibujo y, aunque éste es homogéneo y mantiene su calidad a través de las 304 páginas, no cabe duda de que el tormento al que está sometido el reverendo Arthur Dimmesdale se siente de manera sorprendentemente intensa. Esto es así también por el carácter del personaje, un hombre con conciencia e incapaz de sentir alivio con las cosas buenas que le suceden alrededor.

Y no hay mejor forma para incidir en algo que la repetición. El dibujo incluye la letra A roja del pecho de Hester a todo color cada vez que aparece la mujer. Narrativamente es un valor añadido puesto que reafirma en el espectador la idea del pecado. Simbólicamente, al ser precisamente el color rojo, se asocia primeramente con el infierno ¡pero también con muchas más cosas, puesto que se convierte en un símbolo!; es pasión, es diferencia, es seguridad, es…aquello que queremos o necesitamos que sea; y en el mundo del manga es un valor añadido ya que las páginas se realizan, por regla general, en blanco y negro. Podemos considerarlo un pequeño guiño al lector, pero sin duda también supone un enriquecimiento de esta adaptación.

Puede que la historia de la mujer con su peculiar marca de Caín no sea lo más emocionante del mundo. Sin embargo, no se trata sólo de una obra sobre las rígidas leyes morales o la virtud y el pecado. Valores universales como el amor, el perdón y la familia son tratados junto con temas fantásticos como la brujería y temas psicológicos como la manipulación.

Realmente espero que os guste, pero si no es así, yo sí que espero con ganas leer, en un formato más ligero como es este, una obra que siempre me encantó pero que desde niña me resultó muy densa: Jane Eyre, también ilustrado y guionizado por SunNeko Lee y Crystal S. Chan, respectivamente; pero con más ganas deseo que llegue la noticia de que Norma Editorial por fin publica La venganza del Conde de Montecristo. Si La letra escarlata plasma con tanta pasión la venganza de Roger Chillingworth… ¿qué no hará con la del conde de Montecristo?

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